Desde Roma: el Papa Francisco ha partido hacia la Casa del Padre

La noticia sacudió a Roma al amanecer. El Papa Francisco, el Pontífice argentino que hizo historia al convertirse en el primer jesuita y latinoamericano en alcanzar el trono de Pedro, ha fallecido este lunes 21 de abril a los 88 años, luego de varios días de delicado estado de salud. El anuncio oficial llegó desde la Oficina de Prensa de la Santa Sede a las 06:33 (hora local), acompañado por el repique de las campanas de San Pedro.

Francisco ha regresado a la Casa del Padre”, tituló Vatican News en su comunicado, en una frase que sintetiza el carácter profundamente espiritual de su despedida. Un pastor que eligió la cercanía por sobre los títulos, la misericordia antes que la condena, y que convirtió el papado en un llamado constante a la periferia.

El Papa de la misericordia

Elegido en 2013 tras la histórica renuncia de Benedicto XVI, Jorge Mario Bergoglio marcó un giro inesperado en la historia reciente de la Iglesia. Llegó desde “el fin del mundo”, como él mismo lo dijo al presentarse desde el balcón de San Pedro, pero su palabra llegó al corazón de millones en los rincones más diversos del planeta.

Desde entonces, su magisterio se basó en dos ejes: una profunda opción por los pobres y una visión pastoral más inclusiva, que le granjearon adhesiones fervorosas y resistencias internas igualmente notorias.

Su pontificado será recordado por hitos como la encíclica Laudato Si’, su viaje a lugares de conflicto (como Iraq o Sudán del Sur), el abrazo interreligioso con líderes del Islam y del judaísmo, y su apertura hacia cuestiones sensibles como los divorciados vueltos a casar o la comunidad LGBTQ+.

Pero más allá de la doctrina, fue el tono lo que cambió: una Iglesia que cura heridas, que no juzga, que abraza antes de señalar.

“El poderoso compasivo”

En un emotivo editorial, Vatican News lo despidió como “el Papa de la misericordia”. Y no es una metáfora. Desde la elección de su nombre —inspirado en San Francisco de Asís— hasta sus gestos más cotidianos, Francisco imprimió un estilo radicalmente diferente: zapatos gastados, vida austera, homilías simples y poderosas.

Fue, en palabras de un reciente artículo en eldiario.es, “el poderoso compasivo”, un líder espiritual que nunca renegó del poder —sabía que lo tenía— pero eligió ejercerlo como servicio.

Evitó los palacios, desarmó intrigas curiales, lavó los pies de presos, visitó villas miseria y campos de refugiados, y pidió perdón, una y otra vez. A diferencia de sus predecesores, su pontificado no se apoyó en la autoridad del dogma sino en la autoridad del testimonio.

Los próximos días

El cuerpo del pontífice será expuesto en la Basílica de San Pedro a partir del martes, donde fieles y jefes de Estado podrán rendirle homenaje. El funeral, que se celebrará el próximo jueves, será presidido por el cardenal decano Giovanni Battista Re, en un gesto simbólico y protocolar que recuerda lo ocurrido con Benedicto XVI.

Aún no se ha informado si Francisco será enterrado en las grutas vaticanas —como es tradición— o si se cumplirá su deseo de descanso austero, en línea con su estilo de vida. No dejó testamento político pero sí un legado espiritual profundamente reformista, que marcará al cónclave que deberá ahora elegir a su sucesor.

Un vacío que trasciende lo religioso

Con su partida se va no solo un Papa, sino un símbolo. Francisco fue mucho más que el líder de la Iglesia Católica. Fue una voz global contra la cultura del descarte, contra la desigualdad, contra la indiferencia. Su muerte deja un vacío que trasciende lo religioso.

Tal como lo sintetizó uno de sus cercanos colaboradores: “Francisco no fue el Papa perfecto, pero sí el Papa necesario”.

Hoy, desde las columnas del Bernini hasta las periferias del mundo, la Iglesia lo despide con lágrimas y gratitud. Roma está de luto. Pero también el mundo. Porque con Francisco, el Evangelio volvió a hablar en voz alta. Y a veces, incluso, en voz baja, como un susurro que acariciaba al herido.

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