En política, como en la vida, hay momentos en los que las palabras deben cederle el paso a los hechos. Este fin de semana, la provincia de Santa Fe fue puesta a prueba por la naturaleza. Una tormenta de las que no se anuncian con sutileza barrió buena parte del territorio con registros impensados para agosto: 150, 200 y hasta 300 milímetros en cuestión de horas. Pero lo que muchos esperaban –la postal repetida de techos bajo agua y evacuaciones masivas– no llegó.

Y ahí, en ese silencio inusual tras el trueno, apareció la obra pública. No como un eslogan, sino como una presencia real, tangible, canal por canal, defensa por defensa. “La obra pública salvó de la inundación a la provincia de Santa Fe”, dijo el gobernador Maximiliano Pullaro este lunes en Rosario, frente al Comité Operativo Provincial. No sonó a frase hecha. Sonó a conclusión.

Una tormenta que no pidió permiso

El centro y sur de la provincia recibieron el equivalente a dos meses de lluvia en un solo día. María Teresa, la excepción dramática, vivió horas duras con parte de su casco urbano bajo agua. Pero incluso allí, donde la situación parecía desbordar, la respuesta fue inmediata. Pullaro viajó al lugar junto a Defensa Civil y el Ministerio de Obras Públicas. Supervisó, escuchó, y explicó: “El Canal Norte, que terminamos hace pocos meses, permitió que el agua escurriera. Si no hubiese estado listo, el daño sería muchísimo mayor”.

Lo dijo sin grandilocuencia, como quien señala una obviedad que costó meses de trabajo silencioso.

Las obras que se ven… cuando llueve

Desde enero, la provincia limpió más de 2.000 kilómetros de canales, intervino en 100 localidades con alto riesgo hídrico y ejecutó obras que hasta hace poco eran promesas inconclusas.

¿El resultado? Agua que corre donde tiene que correr. Drenajes que funcionan. Defensas que resisten. En Rosario, la cascada del Saladillo –protegida hace meses con una obra pensada para resistir embates como este– evitó desbordes que, en otro contexto, habrían paralizado media ciudad.

El arroyo Carcarañá, que recibió buena parte del agua caída en Córdoba, fue monitoreado metro a metro gracias a 33 estaciones de alerta hídrica. El Estado, por una vez, llegó antes que el agua.

Pullaro, el método y la mirada larga

No hay épica en una retroexcavadora limpiando un canal. No hay cámaras que se emocionen ante una defensa perimetral ni placas virales por un terraplén rural. Pero esa es, tal vez, la forma más honesta de gobernar: prever en lugar de prometer.

Pullaro lo entiende. No desde el marketing, sino desde el método. En sus recorridas no abundan los discursos ni los gestos teatrales. Lo suyo es más austero, más ingenieril. “Si no hubiésemos hecho estas obras, hoy muchas localidades estarían bajo agua”, dijo, sin buscar aplausos, pero con la firmeza de quien sabe lo que costó.

Su gobierno impulsa un paquete de proyectos que incluye desde grandes desagües en Esperanza hasta defensas en Villa Minetti, Melincué o Fighiera. Son piezas de un rompecabezas que no se arma con un tuit, pero que cambia la vida real de los pueblos.

La política del después… y del mientras tanto

Después del agua vendrá el barro. Vendrán los relevamientos, los pedidos, las reconstrucciones. Pero también queda una sensación: Santa Fe resistió. No por suerte. No por milagro. Por planificación.

Quizás por eso, en estos días húmedos, donde el cielo todavía no decide si se calma o no, Pullaro no habla de hazañas ni de milagros. Habla de obras. De datos. De responsabilidad compartida con intendentes, comunas y vecinos. Y ese, en tiempos de promesas ligeras, ya es un gesto extraordinario.


🖋️ La lluvia cayó, pero no ganó. Y entre tanto barro, lo que florece no es el relato, sino el resultado.